Como señaló Wassily Kandinsky, "Estamos ante la necesidad de crear una nueva forma de baile, el baile del futuro". El baile, en su definición más profunda, no es solo un movimiento físico: es una expresión del alma, un proceso de búsqueda de armonía a partir del caos, un encuentro con la profundidad de los sentimientos, las experiencias y la realidad social que vivimos. Kandinsky consideró al baile no solo como un movimiento del cuerpo, sino como un movimiento del alma, una exploración de nuevos mundos interiores: un proceso en el que cada paso, cada gesto, proviene de una necesidad interna profunda, resonando con las experiencias humanas que compartimos.
El baile grupal, en especial, genera una imitación social, un vínculo entre lo individual y lo colectivo, entre lo personal y lo común. Cada paso de baile no es solo una acción física, sino que refleja la complejidad de los vínculos humanos, de un sistema de vida que busca estabilidad y propósito dentro del caos. Así como la pintura expresa las imágenes del alma y de la sociedad, el baile también nos permite expresar esas imágenes, a veces de maneras que las palabras no pueden describir. A través del movimiento, el sentimiento y la conexión mutua, el arte nos permite reconstruir lo que se ha destruido, renovarnos a través de la lucha, el dolor y un "colapso" que nos lleva a una nueva forma de existir.
El arte, desde esta perspectiva, no es solo un reflejo de la realidad; es un mecanismo social que genera las herramientas para una renovación constante. Es un proceso de re-creación, una forma de reconsiderar nuestra esencia como individuos y como sociedad, a partir de todo lo que queda tras la destrucción o el dolor. El baile, al igual que la pintura, nos permite liberar los límites del entendimiento humano conocido y sustituirlo por un mundo nuevo: un mundo en el que cada movimiento, cada trazo, cada color, lleva consigo el baile del alma, la libertad para innovar y renovarse.
Jessica Sharon
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